Las monjas del barrio decidieron aprovechar la casa que les habían
donado para usarla como sala de velatorio comunitaria.
El negocio no tuvo mucho éxito: la mayoría de los tiroteos no
dejaban muertos, sólo impactos de bala en la puerta de alguna casa puntual como
señal de que tenían que irse a vender merca a otra parte; y sólo muy de vez en
cuando quedaba algún rengo, pero eso ya era curro para los fabricantes de
muletas.
Después de un par de funciones a cajón cerrado y con muy poca
concurrencia, decidieron ver si ese diminuto grupo de creyentes menores de 60
años tenía un mejor plan para la casa, y sí, efectivamente lo tenían. Era una
idea bastante sencilla, pero convocante, aunque tampoco era muy difícil superar
a la anterior.
Pintaron el inmueble con colores vivos, sacaron la cruz gigante
clavada arriba de la puerta y pusieron un cartel bastante esmerado que decía
“Casa de Jóvenes”. Quedó un lugar más atractivo y menos eclesiástico, quizás lo
primero debido a lo segundo.
Había gente todos los días, principalmente por la tarde, y más que
nada los fines de semana, cuando venía un grupo de chicos.
De otro barrio, los chicos. Lo llevaban en la ropa, y en la boca.
Sobretodo en la boca.
Al principio les decían “los chetitos”, cuando todavía nadie se
aprendía sus nombres, y cuando se los miraba con desconfianza. Y cuando todavía
eran varios…
Recibían una ayuda económica por parte del sacerdote de otra
iglesia, para incentivar la participación de pibes de otros barrios en
actividades no estrictamente religiosas.
Cocinaban para los chicos de la zona y organizaban juegos para que
pasen la tarde, y también les ayudaban con las tareas de la escuela.
Empezaban a ganarse el afecto de la gente, cuando el grupo de
organizadores empezó a desintegrarse. La repentina interrupción de la ayuda
económica que recibían los dejó con cada vez menos recursos para sostener todo
lo que acostumbraban darle a los pibes.
—Esa casa no seguiría si no fuera por ese pibe- decía mi viejo
sujetando una bolsa blanca entras las manos, mientras un enjambre de nenes nos
rodeaban locos de alegría con juguetes recién sacados de sus envolturas-. Ese
pibe y la otra chica, que no sé si será la novia o qué; ellos hicieron todo.
El pibe en cuestión era uno de los que arrancó el proyecto y es hijo
de un reconocido cirujano del hospital Cullen o del Iturraspe, ahora no me
acuerdo.
El loco, que estudia medicina y saca de su propio bolsillo para
financiar todas las actividades en la Casa de Jóvenes, quiso para estas fiestas
regalarle a los chicos unos juguetes, y un mate a cada comerciante del barrio
que le hizo descuentos durante el año para que él pudiera cocinarles a los nenes
y ayudarles con materiales para la escuela…
—Qué bárbaro, che… Hay cada historia…!-decía mi viejo, mientras
metía la mano en la bolsita blanca y sacaba un robusto mate-. Pero mirá, qué belleza…
-y mientras desviaba la vista y esbozaba una tímida sonrisa, añadió-. Justo el
tipo de mates que te gustan a vos… Y yo no te regalé nada todavía… Felicidades.


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